domingo, 18 de enero de 2015

LA IMPORTANCIA DE SER MADRE

"Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre la puerta y se deja entrar al futuro" Deepak Chopra, El Libro de los secretos.



Las madres somos los canales a través de los cuales nuevas almas llegan al mundo. Al concebir y dar a luz a un niño, le damos la oportunidad a un alma de reencarnarse y de venir al plano físico a evolucionar espiritualmente. 

Independientemente de nosotras, de lo que somos y de lo que vamos a dar en el proceso, ese nuevo ser viene con su propia información y vibración kármica, su propio “mapa” o “destino” y con contratos asumidos por su alma antes de decidir volver a este plano. Está claro que las personas nacemos con determinados rasgos, preferencias y tendencias (llamémosle personalidad, carácter o forma de ser). Una especie de huella dactilar interna nos diferencia rotundamente de los que nos rodean, aunque estemos influenciados por el mismo ambiente o hayamos tenido exactamente la misma crianza. De hecho, hay innumerables ejemplos de cómo dos hermanos nacidos el mismo día, criados de la misma manera y por los mismos padres, receptores de la misma educación y estímulos, “traen” rasgos definitivos que les diferencian dramáticamente al uno del otro. Puede afirmarse entonces que un niño viene al mundo, hasta cierto punto, determinado y esto es algo que, de entrada, es bueno recordar, aceptar e integrar. 

Pero, por otra parte, es indudable que al ser la mujer el recipiente/hogar primordial, y generalmente, la primera (y quizás más importante) referencia en su vida, también se convierte en su guía principal. El vínculo madre-hijo es uno de los nexos filiales más potentes que pueden existir y, en este sentido, es importante recordar la gigantesca misión que las mujeres tenemos al respecto, misión que parece estarse olvidando para ser cambiada, casi a nivel general en todo el planeta, por una maternidad  automática e inconsciente, casi deportiva o en innumerables casos, simplemente irresponsable.

La madre es la primera maestra espiritual de un niño, y por ende, es la que debe mostrarle los caminos de la vida y darle cimientos y raíces profundas que lo conviertan en un hombre o mujer de provecho en el futuro. Debe ser una forjadora incansable de valores de ética, honestidad y respeto al prójimo y es responsable, antes que nadie, de la educación integral de su retoño y el fortalecimiento de su autoestima, base fundamental para la vida de cualquier ser humano. Y las madres, definitivamente, somos las acompañantes primordiales de camino en el viaje que esa alma elige hacer en este plano para realizarse, llevar a cabo su misión de vida y aprender las lecciones que ha venido a aprender.

Si las mujeres somos perpetradoras del hilo de la vida tenemos que estar conscientes de nuestro crucial papel en el planeta y en la evolución de la humanidad. Somos, sencillamente, pilares en la construcción de las sociedades futuras y si no asumimos nuestra importancia en la cadena evolutiva estaremos contribuyendo directamente a la no-formación de nuestros niños y, por ende, a la deformación de la sociedad. Aunque la maternidad sea una vivencia  personal, su visión debe ser plural, social y compartida por todas nosotras, quienes debemos estar al servicio de un proyecto integral y colectivo de desarrollo humano que propicie el crecimiento de individuos completos y sanos en todos los ámbitos, lo cual generará, en definitiva, sociedades más sanas. No necesitamos mayor cantidad de personas en el mundo, sino personas de mejor "calidad". No necesitamos ser más, necesitamos ser mejores.

Y entonces, nos ronda la misma pregunta: ¿Para qué traemos un niño al mundo? ¿Le traemos para satisfacer una necesidad personal y casi egoísta? ¿Porque corresponde a un “deber social” y a un paso que todo adulto en algún momento de vida debe dar? ¿Le traemos, como dice la canción No Basta de nuestro Franco de Vita, porque “nos equivocamos en la cuenta” y hemos procreado inesperadamente? ¿Vamos a traer un niño al mundo para luego no responsabilizarnos debidamente de su formación integral (recordando que la formación empieza en casa y no en la escuela), o le vamos a traer, por el contrario, para apoyarle indiscutiblemente en su proceso vital y en su desarrollo? ¿Vamos a traer a un niño para que crezca en el total abandono y posiblemente termine delinquiendo, o estamos dispuestos a contribuir a la crianza de las próximas generaciones de políticos éticos, que tanta falta le hacen al planeta? ¿Vamos a ocuparnos de inyectarle valores o le vamos a dejar esa tarea a los vecinos, la televisión o la escuela?  Es de extrema importancia tomar consciencia sobre las razones que nos llevan a convertirnos en madres.

Sabemos que la vida no es perfecta y que la maternidad no siempre se da en condiciones ideales. También, como decíamos al comienzo, está claro que sólo seremos moldeadoras de un carácter que ya viene con ciertas pautas… pero en la medida de lo posible nos corresponde hacernos cargo y asumir la responsabilidad, el reto y a la vez la hermosa tarea que, conscientes de ello o no, asumimos cuando concebimos un hijo. Se trata de hacer lo mejor que podemos con dicha experiencia.

Asumamos nuestro cometido espiritual de acompañar a nuestros hijos en su paso por el plano físico y de ayudarles a pincelar su alma. Empeñemos no sólo nuestros vientres sino nuestras vidas en el proceso de la maternidad. Nosotras, desde lo individual y cada una aportando su grano de arena, somos moldeadoras de sociedades. Hagámoslo lo mejor posible, por el bien de todos. 

A continuación presento una charla realizada por Enric Corbera, psicólogo, especialista en BioNeuroEmoción y conferencista, que habla de manera más profunda sobre este tema, rescatando también algunos conceptos básicos de terapia sistémica familiar. 

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