jueves, 28 de enero de 2016

ESTAR EMBARAZADA

"Una gran aventura está a punto de
comenzar” Winnie The Pooh


Estoy embarazada.
La sirena que siempre he sido puede esperar.  Me he convertido, provisionalmente, en un manatí andante. 

Mis caderas se han ampliado para dar paso al hálito de la vida, y mi útero se ha llenado de gracia y de movimientos juguetones y traviesos.

Vomitar se hizo llevadero y esperar "algo" interminablemente también. Me hice amiga de la paciencia y a la vez de innumerables cambios corporales que se siguen percibiendo como "naturales" a pesar de ser cambios.

Oler y degustar lo de siempre ya puede producir sensaciones desconocidas y tuve que aprender a lidiar con picores, pinchazos, acidez y con otros síntomas más íntimos de los que poco se habla durante la gestación: mal aliento, estreñimiento y hasta flatulencia.

Intercambié las dietas de mantenimiento por un hambre que no admite discusiones ni tentempiés engañosos.  ¡A comer se ha dicho!

La talla aumenta, el pantalón se rompe, y no hay nada que se pueda hacer al respecto.


Mis articulaciones, huesos  y órganos se han estremecido hasta moverse y doblarse. Inclusive estornudar es un todo acontecimiento.

Mis senos pesan y ceden, no pueden ocultar sus ganas de alimentar y de dar.
Mis pies se hinchan, mis músculos se estremecen y mis emociones suben y bajan como subía y bajaba yo en el tobogán añorado de mi propia infancia, ahora más presente que nunca.

Mi vientre se contrae de cuando en cuando, sabiamente, practicando para el gran día.
Las hormonas me embriagan en un coctel incomprensible y mi felicidad espumosa es directamente proporcional a los latidos del corazón de mi bebé por minuto y a su hipo prenatal que me despierta por las noches. Nunca antes interrumpirme el sueño había sido tan agradable.

El insomnio golpea todas mis rutinas y se las lleva por delante. En medio de noches largas me recuerdo que esto es sólo el comienzo.

He perdido las llaves, el teléfono y me han despertado mis propias pesadillas, mis propios miedos casi hechos realidad.

No es justo que, en este estado, la capacidad de mi vejiga sea tan poca. ¿A quién se le ocurrió diseñarnos de esta manera? 

He tenido que lidiar con ese cansancio poco común y con la sensación extrema de no poder respirar y aún así, confiar en que todo va a salir bien y en que es sólo un síntoma de este viaje.

La verdad es que cada mes trae consigo distintas sorpresas que nadie nunca me anunció.

Ahora, cuando camino por la acera... y por la vida, tengo más cuidado que nunca. Si me resbalo y algo me pasa, no sólo caería yo, sino mi hijo conmigo. No puedo darme ese lujo.

Sé que he elegido un camino menos fácil y que he cambiado las amenas noches de descanso o fiesta por jornadas interminables de incomodidades y desvarío. Y también he aceptado que ni mi psique ni mi cuerpo volverán a ser los mismos, y que este viaje de nueve meses, este nuevo estatus en donde seré totalmente responsable de otro ser humano, se dilatará en el tiempo y perdurará, si Dios quiere, hasta el último día de mi propia vida. 

En la vida hay decisiones que no tienen vuelta atrás y esta es una de ellas, pero a pesar de todo esto estoy inmensamente feliz y segura de que parte de mi plan divino era ser madre.

Uno de los propósitos se ha cumplido.
El milagro de la vida pasará a través de mi sin ni siquiera preguntarme. 
Me abro de par en par...
¡Bienvenida sea la vida!
¡Bienvenido seas hijo!